Eterno trayecto

Máscaras. En todas partes. Corazas. Las ves sonrientes. A veces muestran sus colmillos, no cesan de hablar y, cuando lo hacen, el silencio es incómodo y delator, con miradas pletóricas o bien distraídas, para volverse tímidas y huidizas en los vagones del metro. Cruce de miradas. Quieren pedir ayuda sin saber cómo, pero esos ojos se apartan al instante al verse reflejados en ellos. Cuánta gente familiar y desconocida. Cuánta gente que transmite sin pretenderlo. Van y vienen, con otra ropa, otro rostro. Y desaparecen sin más, sin tiempo de haber estado siquiera.

Elogio de lo cotidiano

Por lo visto Oscar Wilde, después de su estancia en prisión, fue incapaz de volver a escribir una línea. Curioso retrato éste de un escritor que se queda sin palabras, casi tanto como aquel que envejecía en lugar de su modelo.

Pareciera que del mismo modo que Dorian Gray fue incapaz de asumir la horrible imagen de su retrato en lo que tenía de verdad, Wilde vio de repente la crudeza de lo real atravesando el mundo de belleza que él se había esforzado en crear. Así, su obsesión por producir algo bello tornó en mutismo ante la atroz realidad que le tocó presenciar.