No todas las rosas son rosas

Si le pidiera definir cualquier objeto, por ejemplo, un vaso, probablemente tardaría apenas unos segundos en darme una breve definición. Si le pidiera lo mismo a una segunda persona, al comparar ambas respuestas seguramente no encontraría discrepancias mayores que no atendiesen únicamente a la serie de adjetivos que se le puede añadir al término “recipiente”. Si le pidiera ahora darme una definición de usted mismo, la respuesta se tornaría más difícil, ¡o no!, porque a lo mejor usted tiene ya solidificada una concepción ideal de su “yo”. Pero si le preguntara a una serie de personas de su círculo cercano cómo es usted, seguramente sí encontraríamos puntos divergentes en las distintas respuestas. ¿Eso no le asusta?

*     *     *     *     *
“No limpian las palabras.
Alumbran una isla en el lugar
del miedo y extienden una rama
al paso de los pájaros. Acogen
cuanto nace del hambre de las cosas
y mueren en silencio.
Pero su amor no limpia.
Como no limpia el llanto el rastro
de estar vivos.”

Ada Salas. La sed.

Lo mismo ocurriría si le preguntara acerca del amor, del odio o de la pasión; y es que estamos todos nosotros rodeados de constructos, y ello tiene una enorme incidencia en nuestra percepción de la “realidad”, de la realidad de cada uno. Pero centrémonos en el “yo”. A menudo se relaciona el término “yo” con conceptos como la “conciencia” o la “cognición” y existen teóricos que se refieren a él como un complejo de sensaciones e impresiones, y, dígame: ¿qué hay más subjetivo que las sensaciones?

Bergson, adherido a un bombín
Para comprender el papel que tiene aquí la “conciencia”, Bergson plantea el siguiente ejemplo: “En el momento en el que escribo estas líneas da la hora un reloj vecino, pero mi oído distraído no se da cuenta hasta después de haberse dejado oír varias campanadas. Así, pues, no las he contado. Y, sin embargo, me basta hacer un esfuerzo de atención retrospectiva para hacer la suma de las cuatro campanadas que se han dejado oír y añadirlas a las que oigo ahora. Si me interrogo sobre lo que acaba de ocurrir, me doy cuenta de que las cuatro primeras campanadas habían afectado mi oído e incluso alterado mi conciencia, pero también que las sensaciones producidas por cada una de ellas, en lugar de yuxtaponerse, se habían fundido unas en otras, de manera que presentaban al conjunto un aspecto propio, haciendo de él una especie de frase musical”.

La clave de todo ello se encuentra en el lenguaje, un lenguaje basado en convencionalismos y que nos ha sido impuesto a partir de sensaciones que se han pretendido universalizar a modo de conceptos y términos fijos, y si hay algo con lo que no podemos generalizar –estará de acuerdo conmigo es con las sensaciones. Nuestras emociones, percepciones, sensaciones son confusas e infinitamente móviles; no podríamos expresarlas por medio del lenguaje sin trivializarlas, ya que éste no contiene la movilidad de aquéllas.

Ante esta tensión que nos produce el no saber con certeza si algo es “realmente real” –valga la redundancia solemos apostar por el camino más sencillo, es decir, por tomar una concepción “precisa” e impersonal (y, no lo olvide, impuesta). Vuelvo a preguntarle: ¿qué es el amor?, ¿ha estado usted enamorado?, ¿qué fue lo que vivió exactamente con su pareja antes de finalizar la relación?, ¿fue real o producto de su imaginación? Pues la misma cuestión que plantea el término “yo” y comentaba al inicio del artículo, ése “yo” donde aparentemente empieza todo y da sentido a todo lo demás, podría extrapolarse a cualquier aspecto del mundo, al propio mundo, a nuestra realidad.

Huimos de este permanente estado de confusión y de inseguridad tendiendo a solidificar nuestras sensaciones, anulando la movilidad presente en todas ellas. Sucede que no nos queda más remedio que acudir a esta “solidificación” para poder comunicarnos, con nosotros mismos y con los demás. Atendemos pues a un proceso bidireccional: “Esta influencia del lenguaje sobre la sensación es más profunda de lo que generalmente se piensa. No solamente el lenguaje nos hace creer en la invariabilidad de nuestras sensaciones, sino que a veces nos engaña con respecto al carácter de la sensación experimentada”.

Posiblemente no conozcan este cuadro
“Preferimos lo conocido a lo inquietante. Nunca nos dejamos penetrar por la magia que contiene la realidad más cotidiana. Nos da miedo sentir.”
Rosa Pérez. Lenguaje y realidad.

Al expresar nuestros sentimientos, vivencias, emociones los sustituimos por una yuxtaposición de estados inertes, traducidos en palabras, que constituyen el residuo impersonal de las impresiones sentidas en un caso dado, por la sociedad entera. Las palabras que empleamos para referirnos a ellos, además, tienen mucho que ver con nuestros miedos, nuestras inseguridades y nuestros deseos, de manera que creamos, modelamos y definimos nuestra propia realidad a través del lenguaje.

Lo cierto es que la teoría sobre el lenguaje que defiende Bergson ha tenido un enorme éxito, e incluso podemos decir que hoy en día goza de gran vitalidad. Numerosos filósofos y pensadores han reflexionado en una línea similar a la suya. Por un lado, Nietzsche, en Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral defiende que los conceptos son metáforas “momificadas” que frenan la corriente del devenir presente en ellos. Las palabras frenan su temporalidad. De modo que los conceptos paralizan la realidad y nos crean la ilusión de que representan la verdad de las cosas. Nietzsche considera que con las palabras “igualamos olvidando las desemejanzas” y que “la omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto”. Incluso llega a afirmar que los hombres “olvidan que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toman por las cosas mismas”.

Fernando Rampérez, en su libro A destiempo, aborda la concepción temporal de Marcel Proust. Para Proust el tiempo está necesariamente vinculado a la experiencia y al recuerdo, y se condensa o se rarifica con ellos. De modo que “se engendra en el ritmo perceptivo del sujeto”. Así, se acelera y decelera al ritmo de la experiencia vivida, pues: Los relojes interiores asignados a los hombres no están puestos a la misma hora”.

Maurice Blanchot, en su obra La parte del fuego, hace referencia a lo que él denomina la “enfermedad de las palabras”, esto es: su incapacidad para expresar realmente nuestros pensamientos y percepciones, pero por otra parte resalta su lado positivo (su función social): “el fastidio es que esta enfermedad es también la salud de las palabras. ¿El equívoco las desgarra? Dichoso equívoco sin el que no habría diálogo. ¿El malentendido las falsea? Pero este malentendido es la posibilidad de nuestro entendimiento. ¿El vacío las penetra? Ese vacío es su propio sentido”.
Dalí se sentía limitado por el lenguaje a la hora de entregar
un conocimiento de sí mismo y del mundo que le rodeaba,
así que optó por hacerlo a través de la pintura
Me daré por satisfecha si tras leer estas líneas a usted le ha surgido alguna duda, por ejemplo, sobre quién es en realidad, pues en el momento en el que intente expresarlo con palabras, estará convirtiendo su "yo" en un mero concepto. Un concepto solidificado y alejado, por supuesto, de la realidad.


De interés nacional:
  • BERGSON, Henri. De la multiplicidad de los estados de la conciencia. La idea de duración (1963). Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario