Nombre de jazz, puños como bombas

László Papp: nombre de jazz, puños como bombas, cuando no boxeaba era cartero para el Magyar Posta. Peso superwélter, 1.65m de altura. Nace en Budapest en 1926. Su cuerpo, como cualquier otro cuerpo, constaba de 300 huesos que se transformaron, con el paso a la edad adulta, en 206. 27 de ellos se encuentran en  cada mano. A uno de ellos nunca le gustó el boxeo. Papp tenía una pelota de goma que, según su creencia, aminoraba el dolor que el hueso le provocaba durante los entrenamientos y, particularmente, durante las peleas. Parece razonable que Papp lo empleara como talismán. Imagine la frustración de no poder hurtarle unos segundos de más al minuto de descanso que se concede entre round y round, quitarse el guante, la venda y manosear un poco la pelota.

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“Peleo por dinero, pero no soy avaricioso. ¿Cuántos filetes puede comer un hombre?”

Debuta en el boxeo amateur en 1944, el mismo día en que las fuerzas alemanas ocupan Hungría, venciendo a su oponente por nocaut. Un par de meses después bombarderos aliados descargan sobre Budapest: bombas como puños sacuden los cimientos de la ciudad, oficialmente bajo dominio de la Wehrmacht, como parte de un bombardeo preliminar en preparación del asalto soviético. Ocho meses y varios nocauts después da comienzo la Ofensiva Debrecen; los últimos rescoldos de la Luftwaffe son arrojados como colillas bajo el cielo húngaro, pavesas que se apagan. Como resultado, Hungría –Papp incluido– queda supeditada a la Unión Soviética y declara, poco después, la guerra a Alemania. Las primeras peleas de Papp en el extranjero llegan a partir de 1946, desde el ojo del huracán. Puños como bombas: el ascenso es fulminante. Es el primer púgil en obtener el oro olímpico en tres ocasiones consecutivas, en 1948, 1952 y 1956, momento en que, con un registro insólito de 288 victorias y 12 derrotas, abandona el boxeo amateur para lanzarse al boxeo profesional.

Sin embargo, el boxeo profesional es considerado incompatible con los principios socialistas en la Hungría soviética. En adelante, Papp tiene que desplazarse a Viena para entrenar y preparar sus combates, con la vaga connivencia del ministro húngaro de deportes. Por supuesto el hombre arde más rápido que la política (es decir, que el horror, la estupidez, el registro civil), por lo que Papp nunca llegó a combatir profesionalmente en su país natal. En 1962 pelea contra Chris Christensen por el título europeo de pesos medios; lo derroca por nocaut técnico en el séptimo round.

Estaba muy nervioso. No estaba bien preparado y estaba lejos de casa. No podía hacerme con la comida que me gusta: paprika picante, especias y cebollas que me dan fuerza. En lugar de sentirme fuerte me sentía enfermo. Mi corazón bombeaba como loco mientras esperaba mi turno. Cuando finalmente trepé al ring, lo único que quería era matar a mi oponente. Gané.

Su siguiente rival: Hippolyte Annex, el campeón y favorito francés: más joven, más alto, ligeramente más pesado, también invicto. Nocaut en el séptimo round. A partir de entonces no cosechó sino tres derrotas y un empate antes de retirarse definitivamente del boxeo profesional. ¿No es eso el boxeo? El dilatado instante en que la victoria se convierte para siempre en derrota. De ser así, Papp no llegó nunca a ser un boxeador (al menos por la vía del nocaut). Defiende el título en cinco ocasiones más; en otras palabras Papp, siempre pelota en mano, es siete veces campeón en Europa. Es en ese momento que recibe la oferta del combate de su vida. Por supuesto acepta. La oferta consiste en un combate por el título mundial de peso superwelter contra el vigente campeón estadounidense Joey Giardello. Duda un poco, lo justo como para saber a ciencia cierta que debe aceptar, lo justo para dar crédito a la oferta, para ponerla a prueba.

Acude, como ya era costumbre, a demandar la expedición del visado en el ministerio encargado de deportes. A Estados Unidos, dice. Sí, dice la voz al otro lado del mostrador. Piensa Papp, las noticias vuelan. Le es denegada la visa. El boxeo profesional es incompatible con los principios socialistas, oye decir. Pasan unos segundos. Papp va a decir algo, luego cierra la boca, recoge su abrigo, cruza la puerta de salida.
El castillo: sede central del Partido Comunista en Budapest
Sale del boxeo con un registro profesional de 27 victorias, 15 de ellas por nocaut; 2 empates; ninguna derrota. Ya en su casa de Budapest, su espléndida celda, piensa en lanzar la pelota a alguna ventana de la sede central del Partido Comunista en la plaza Köztársaság o plaza de la República. Romperle, en una palabra, la cabeza a la burocracia. No sabe a qué ventana lanzarla, primera objeción. Que la idea es una tontería ya lo sabía, ahora oscuramente lo acepta. En lugar de eso lo que hace es amasar la pelota, llorarle, sonreírle, morderla, confinarla a un cajón; por este orden. Trata de no volver a mirar a ese cajón; por supuesto transgrede su propia norma una vez tras otra. Durante días piensa en coger la pelota, quemarla, tirarla a la basura, volver a usarla, regalarla, hacer algo, lo que sea. Se da cuenta de que la odia, de cómo ésta abusa del terrible poder que le ha concedido. Para demostrarse que su preocupación nace de la pura ociosidad, decide no hacer nada de eso y en su lugar sale a tomar el aire, a pensar (en un sentido menos afilado de la palabra). La mañana siguiente sale a buscar trabajo, aunque al final sólo pasea. La pelota termina perdiéndose en el tiempo, o más bien en la dimensión atemporal de los cajones.

Esta rutina se repite durante días, semanas. Paseando comienza a fijarse en los coches, un viejo interés que redescubre con entusiasmo. Con el dinero que conserva de sus días como boxeador profesional compra un Opel Rekord, el que fue el coche de sus sueños al comienzo de su carrera, en las largas estancias durante los juegos olímpicos; todo un lujo dadas las circunstancias del país. Entonces sí, gastado el dinero y con la motivación que sólo el estar sin blanca le proporciona, reemprende la búsqueda de trabajo. Encuentra una vacante como jardinero, lo más parecido al boxeo. Un boxeo matriarcal que da paz a sus manos. Durante años se encarga del mantenimiento del jardín japonés (de clara inspiración wabi-sabi) de Isla Margarita, una de las siete islas del Danubio. Como un eunuco dedicado a preservar lo que probablemente debería hollar, tras esa contradicción encuentra la paz, el gris de los emasculados. Cada día conduce su Opel Rekord a Isla Margarita alegre, bigotudo, un bigote años veinte orgulloso, motorizado por las calles de su infancia en Budapest; seguramente trata de persuadirse, kilómetro a kilómetro, de que su periplo en el mundo del boxeo ha sido cierto. Mide la herida. Calcula la cicatriz.
Un Opel Rekord lampiño es un Opel Rekord triste
Pasan los años. Un vecino preocupado, atento, de esos que siempre saludan, lo encuentra muerto en su cama probablemente durante el sueño a la edad de 77 años. Según el testimonio del vecino, Papp o más bien el cadáver de Papp sonreía, en sus palabras: “una sonrisa de pura tranquilidad, como diciendo: usted lo sabe, todos lo saben, que el título mundial habría sido mío, que Joey Giardello no habría tenido nada que hacer frente a mi gancho de izquierda”. Y muy probablemente hubiera ganado, pero un servidor se inclina a imaginar más bien una sonrisa fruto de una vida plácida, dilatada. Ya no le dolía la mano ni necesitaba pelota alguna para entonces, por no decir que esa fanfarronería que retrata el vecino denota que no lo llegó a conocer demasiado bien. Incontables veces le sacaron el tema de la pelea contra Joey Giardello a lo largo de su vida (de qué lado está claro, bien por patriotismo, bien por amistad o por pura corrección política) y Papp tan sólo sonreía, una sonrisa cálida aunque circunspecta. Jamás se pronunció al respecto. Miento: una vez dijo a alguien, alguien que nunca le había inquirido acerca de su pronóstico del combate, le dijo de repente, sencillamente porque sí: “Eso de hablar como si tal cosa de combates no librados es una villanía y el que lo hace no ha peleado nunca de verdad, fin de la historia”.

László Papp: nombre de jazz, puños como bombas, cuando no boxeaba era cartero para el Magyar Posta. Tanto del uno como del otro no queda ya más que un muestrario de sellos, estampitas para fetichistas de una filatelia por demás recóndita. Pero mejor ceder la conclusión al Magyar Posta (sección Servicios):
“Recomendado si:
- Es usted coleccionista de sellos.
- La filatelia le interesa y le gustan los sellos bonitos.
- Desea enviar un bonito regalo a sus amigos o familiares.”



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