Nadie es perezoso por casualidad. En el nombre de todas las ideologías y doctrinas, desde todos los frentes,
se nos disuade insistentemente de la pereza. Pero uno, que de niño ya era muy suspicaz, piensa que esa preocupación por la despreocupación ajena no nace de otra cosa que de un interesado proselitismo o, peor aún, de la fuerza devastadora y brutal de esa tradición que se ha instalado en nuestras cabezas. Nos lo han ofrecido todo para que trabajemos: el dinero, el sexo, la fama, la gloria y el paraíso. Nos han llamado al consumo con sus ofertas, con sus premios a la competición, al voto con sus discursos, con sus arengas a la batalla... la lista no tendría fin. Pero,
¿qué tiene de molesto un holgazán? ¿A quién hace mal? ¿A quién hace bien? Nunca hemos tenido respuesta para estos interrogantes, y sí, en cambio, argumentos para defender al perezoso, que, dando muestra de su clase y su talento, nunca se defendería.