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El derecho a la pereza

Nadie es perezoso por casualidad. En el nombre de todas las ideologías y doctrinas, desde todos los frentes, se nos disuade insistentemente de la pereza. Pero uno, que de niño ya era muy suspicaz, piensa que esa preocupación por la despreocupación ajena no nace de otra cosa que de un interesado proselitismo o, peor aún, de la fuerza devastadora y brutal de esa tradición que se ha instalado en nuestras cabezas. Nos lo han ofrecido todo para que trabajemos: el dinero, el sexo, la fama, la gloria y el paraíso. Nos han llamado al consumo con sus ofertas, con sus premios a la competición, al voto con sus discursos, con sus arengas a la batalla... la lista no tendría fin. Pero, ¿qué tiene de molesto un holgazán? ¿A quién hace mal? ¿A quién hace bien? Nunca hemos tenido respuesta para estos interrogantes, y sí, en cambio, argumentos para defender al perezoso, que, dando muestra de su clase y su talento, nunca se defendería.

No todas las rosas son rosas

Si le pidiera definir cualquier objeto, por ejemplo, un vaso, probablemente tardaría apenas unos segundos en darme una breve definición. Si le pidiera lo mismo a una segunda persona, al comparar ambas respuestas seguramente no encontraría discrepancias mayores que no atendiesen únicamente a la serie de adjetivos que se le puede añadir al término “recipiente”. Si le pidiera ahora darme una definición de usted mismo, la respuesta se tornaría más difícil, ¡o no!, porque a lo mejor usted tiene ya solidificada una concepción ideal de su “yo”. Pero si le preguntara a una serie de personas de su círculo cercano cómo es usted, seguramente sí encontraríamos puntos divergentes en las distintas respuestas. ¿Eso no le asusta?

Concédame este vals

Ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio, ocho horas de sueño. Días laborables, días festivos. Puede elegir la distribución de sus vacaciones, dentro del marco de la sensatez. Cada día, cada hora: cada uno de los instantes que contienen debe obedecer al propósito que les corresponde. Sólo será lícito lo que quede comprendido en el marco acordado, cuídese de desdibujar sus límites: no descanse durante las horas de trabajo, no duerma durante las horas de ocio, respete las horas de sueño: un delicado equilibrio.