La cobardía de Nietzsche

Hace unos días estuve hablando con un amigo mío tortuga y me dijo que en su próxima vida quiere ser mamífero, concretamente humano, porque cree que como tortuga se está perdiendo muchas cosas. ¡Al menos él es una tortuga auténtica! Pero bueno, entiendo que quiera conocer lo que como tal le resulta inaccesible. Esto de las reencarnaciones es un filón. A ver si me entienden, da gusto creerse estas cosas, las conversaciones sobre futuras nadas eternas dan muchísimo menos juego...

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“Todo va, todo vuelve, eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser. Todo se rompe, todo se recompone de nuevo, eternamente se construye a sí misma la casa del ser. Todo se separa, todo se encuentra de nuevo, eternamente permanece fiel a sí mismo el anillo del ser. En cada instante comienza el ser, en torno a todo “aquí” gira la esfera “allí”. El centro está en todas partes. El sendero de la eternidad es curvo.”
Así habló Zaratustra

Yo soy mucho más cobarde que mi amigo y, además, me pilló en un día nostálgico (que cuándo no es Pascua, pensarán ustedes), así que le respondí que últimamente estoy muy nietzscheana y que me gustaría volver a vivir mi vida. Pero nunca, hasta entonces, tuve a Nietzsche por un tipo cobarde... Igual es que la valiente era yo. ¿A qué venía este arranque de voluntad de poder? ¿No sería extraño que una falsa tortuga fuera el übermensch que viniera a salvarnos del nihilismo? Es curioso lo que una insignificante frase puede hacernos cuestionar...

Todos recordamos a Nietzsche; el filósofo del bigote, el que filosofando a martillazos acabó con las esencias, aquél al que algunos hacen responsable de su propia afición a quemar contenedores... El caso es que Nietzsche nos anunció una época de nihilismo pasivo en la que no pudo más que incluirse, y el nihilismo pasivo es, por definición, cobarde. Así que, si bien su discurso sugiere arrebatos de coraje, no es más que un manual para nosotros, los nihilistas pasivos de doscientos años más tarde, que a lo mejor ya nos va tocando empezar a actuar. Él señaló al nihilismo con el dedo, dijo "mira, el coco", cerró la puerta y siguió escribiendo.

“Lo que narro es la historia de los próximos doscientos años. Describo lo que viene, lo que no puede venir de otra manera: la llegada del nihilismo.”
Genealogía de la moral

Es más, lo de que Dios había muerto tuvo que venir a anunciárnoslo un loco, a pesar de que lo hubiéramos matado entre todos. A lo mejor es que era el único capaz de asumirlo sin correr a esconderse en su cuarto.

El loco, inspirado en Diógenes, que también bajó
al pueblo a buscar hombres con un farol en pleno día
“El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para secar el horizonte? ¿Qué hemos hecho al separar esta tierra de la cadena de su sol? ¿Adónde se dirigen ahora sus movimientos? ¿Lejos de todos los soles? ¿No caemos incesantemente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, de lado, de todos lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos como errantes a través de una nada infinita? ¿No nos persigue el vacío con su aliento? ¿No hace más frío? ¿No veis oscurecer, cada vez más, cada vez más? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!”
La Gaya ciencia

De repente se quedaban las cosas como son, sin trasmundos de sentido, sin la oposición apariencia-idea tan manida ya. No le vamos a quitar el mérito, yo le agradezco cargarse de un plumazo el dogma metafísico. Reconozcámoslo, la metafísica es preciosa, a mí me encanta, pero es como las metáforas: su exceso hace la realidad vivida muy empalagosa.

Nietzsche hizo muchas cosas bien, no les voy a engañar, yo soy muy fan. La frase que da título a esta reflexión es sugerente y tiene cierto fundamento pero es obvio que responde más a una estrategia de marketing, o al germen de una duda difusa que espero ir resolviendo, que a mi creencia ferviente en que le faltasen arrestos. La transvaloración de los valores, la duda acerca de la validez de los principios éticos, la actitud afirmativa y el vitalismo ante la patente falta de sentido son rasgos evidentemente valientes. No dibujan un personaje apocado y temblequeante que mira al mundo escondido detrás de una puerta a través del ojo de la cerradura, pero estarán conmigo en que, en este marco de pensamiento, el eterno retorno de lo mismo chirría un poco, y eso es lo que me ha hecho replantear el coraje del amigo Friedrich.

¿Qué es el eterno retorno sino una cataplasma contra el síndrome de Peter Pan? El eterno retorno de mi vida es un bálsamo, hasta hoy sé que he podido con todo lo que se me ha puesto delante. Puede que me arrepienta de cosas, claro, como todos, y hay detalles que querría cambiar, ¿quién no? Pero lo que ha pasado ya lo conozco y lo tengo asumido. Desear el eterno retorno de lo mismo es debilidad, miedo a lo desconocido. Canguelo corriente y moliente.

El eterno retorno nos niega el futuro incierto que no sabemos si podremos soportar, nos niega futuros éxitos, claro, pero también futuros fracasos. Elegir el eterno retorno es apostar sobre seguro. Además ¿quién de entre nosotros no querría revivir los momentos de alegría, la despreocupación y curiosidad infantiles, la compañía de gente a la que ya no podemos ver? Los fracasos pasados no han sido tan malos, aquí estamos, ¿no? Pero esos momentos cuyo recuerdo nos enseña qué es eso que buscamos cuando queremos ser felices, esos, deberíamos poder revivirlos cuando quisiéramos. Debería ser un derecho. Lo que no sé si termina de convencerme es que vuelvan si es a costa de negarme nuevos acontecimientos.

Quizá haya que ver qué es esto del eterno retorno un poco más en serio, entender qué decimos cuando hablamos de esto, para ver por qué vida futura nos decantamos. A lo mejor terminamos deseando ser un bicho brillante subacuático afincado en la Fosa de las Marianas.

Podríamos pensar que el eterno retorno es una eterna oportunidad de vivir nuestras circunstancias, como en la película El día de la marmota, un bucle en el que entramos y procuramos actuar cada vez mejor hasta que salgan las cosas como queremos y se rompa el círculo. En esta película, como en tantas otras de igual temática, el protagonista se despierta y todos los días son el mismo. Él sabe de antemano cómo van a ser las cosas y va actuando con esa ventaja. Pasa por varios estados, pero los más relevantes son la sorpresa, la demencia y la moraleja. La sorpresa dura pocos días, él actúa sin terminar de creer que revive el mismo día, actúa como si no tuviera ventaja, incrédulo vive esperando despertar de esa pesadilla y su actitud va pasando de la normalidad a la ira que produce el hartazgo.

La demencia es más llamativa, toma consciencia de que el bucle es real y, no sólo no aprovecha su ventaja para vivir mejor, sino que se embarca en la peligrosa negación de la importancia de sus actos. Total, mañana será el mismo día, cualquier atrocidad, locura o barbaridad que cometa no tendrá importancia alguna, se borrará como rostros en la arena... El centro de la reflexión del protagonista no es la repetición como algo aprovechable en su racionalidad práctica, sino como pérdida de sentido de todo acto, desaparece la importancia de lo que hace. De esto habla Milan Kundera en La insoportable levedad del ser y luego profundizaré un poco sobre esta banalidad de la vida y las acciones a la que sucumbe Bill Murray.

Por último, nuestro protagonista toma las riendas de su vida y acepta que conocer la circunstancia con anterioridad es una ventaja que puede utilizar en beneficio propio. La moralina estadounidense lleva a los espectadores a creer que ese beneficio vendrá con los actos desinteresados. Muy apoyado en la idea de las bienaventuranzas, el protagonista que ceda y no se deje llevar por sus intereses, será el recompensado, conseguirá a la chica y saldrá del bucle porque habrá aprendido una importante lección vital. Pero desde la idea que estamos manejando la moraleja no tendría cabida, el eterno retorno es eso, eterno, nada de lo conseguido perduraría, cada noche nuestros actos serían borrados, la chica desaparecería de la habitación, los favores no serían devueltos ni agradecidos, lo bueno y lo malo perderían sentido. El bucle infinito, si lo es, sólo puede desembocar en el conocimiento de esta existencia inútil y los actos demenciales de la segunda fase.

Este tipo de bucle parece apetecible, la oportunidad de probar tantas estrategias como podamos pensar para obtener el mejor resultado en nuestra vida. Todo aquello que querríamos cambiar de nuestro pasado volvería a nosotros dándonos otra oportunidad. Suena bien, pero recuerden, no se puede salir del bucle, la estrategia correcta se tendría que repetir una y otra e infinitas veces. Quizá el resultado feliz de las primeras veces pierda su valor pasados varios cientos, ¿querríamos vivir innumerables fallos hasta encontrar la sucesión correcta de acontecimientos? ¿Y, una vez hecho el esfuerzo, repetirlo eternamente sin que quepa preguntarse en qué desembocará lo conseguido? Porque, como en La Cenicienta, nuestra vida hace reset y se vuelve de nuevo calabaza en cuanto llega la noche. Visto así, ya no seduce tanto, ¿verdad?


“El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan.”
La insoportable levedad del ser
“La carga más pesada.
¿Qué ocurriría si, un día o una noche, un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: “Esta vida, tal como ahora la vives y la has vivido, deberás vivirla una vez más e innumerables veces más, y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer, y cada pensamiento y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión -y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas y así también este instante y yo mismo. ¡La eterna clepsidra de la existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, partícula de polvo entre el polvo!” ¿No te arrojarías al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te ha hablado de esta forma? ¿O quizás has vivido una vez un instante infinito, en que tu respuesta habría sido la siguiente: “Tu eres un dios y jamás oí nada más divino”?”

La Gaya ciencia

El retorno de Bill Murray no es retorno de lo mismo, sus acciones cambian, para él cada día es un nuevo día en un mismo marco, con la particularidad de que sus actos no tienen consecuencia. De esto habla Kundera. Nuestra vida pasa sólo una vez y la relevancia de nuestros actos se la llevará el tiempo. La levedad de nuestros actos no nos es patente, es nuestro presente, sus consecuencias nos acompañan siempre, son nosotros mismos. Sin embargo, cuando desaparecemos, a nuestra muerte, ¿qué son sino sombras, como las esencias para Nietzsche, “el último humo de la realidad que se evapora”? Bill Murray se daba cuenta de que no había carga de sentido en sus actos cuando en el despertador volvía a sonar I got you, babe de Sonny & Cher. Ayer no había sido. Pero nosotros no vamos a tener una banda sonora que nos avise, nuestra vida se irá desdibujando hasta llegar a no ser cuando no quede constancia de que hemos sido. Y créanme, pasará.

“La idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.”
La insoportable levedad del ser

Éste es el miedo al que nos lleva la nostalgia; la consciencia de muerte, nuestra finitud no sólo vital sino histórica, el miedo a desaparecer nos invita a desear el eterno retorno. La levedad, la fugacidad no nos son suficientes. Pero ¿deseamos la carga más pesada, el eterno retorno de lo mismo?

“Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad.”
La insoportable levedad del ser

Aquí parece que hemos pinchado en hueso, ha salido la palabra maldita: responsabilidad. Que nuestros actos no importen nos da una libertad encantadora, esa en la que no tienes que hacerte cargo de lo que haces, pero la libertad va siempre acompañada de ser responsable, el precio a pagar en caso contrario ya hemos visto que es ser como si no fuéramos, ustedes verán si les compensa.

Podemos dar la espalda a Friedrich y negar el nihilismo, abrazar cualquier fe, actuar de acuerdo a sus pautas (que, por cierto, son ajenas a nuestra racionalidad práctica) y esperar nuestra recompensa postmortem en algún mundo de esencias y sentidos vitales. Podemos, incluso, hacer otra cosa, para renunciar a la responsabilidad renunciaremos a la libertad, eterno retorno como absoluto determinismo. Eso tampoco nos gusta mucho, ¿no?

Sólo queda entonces apelar a la diferencia expuesta por Mircea Eliade entre “tiempo originario o mítico” y el tiempo que vivimos. Los pobladores de tribus primitivas viven en un tiempo donde sus actos no tienen sentido porque no pasa nada, se da la negación del acontecimiento. Todo lo que ocurre ya ha pasado antes, in illo tempore, a los dioses, los héroes o los ancestros. Todo lo que se vive es sólo una repetición de lo que ellos vivieron, una hierofanía. Los actos humanos son insignificantes, su único sentido es ser reflejo de aquello que ya ha pasado a otros, a esos a los que rendimos pleitesía. Lo único similar a una acción significativa se reduce a los rituales y, aún así, el hombre no es más que el instrumento para repetir lo mítico y traerlo ante nosotros.

Damos así con un eterno retorno en el que nos desembarazamos de la responsabilidad y tenemos cierto margen de libertad, pero volvemos a ese contexto atroz en el que nuestra vida no importa nada. Somos meros actores, personajes secundarios de nuestra propia vida.

Visto lo visto, parece que ninguna de estas propuestas es la que barajaba Nietzsche, él hablaba de eterno retorno de lo mismo; no se puede salir del bucle, no se pueden cambiar los actos, no se puede vivir la vida de otros, no se puede escapar de la libertad y la responsabilidad que va asociada a ella... Si habla de ello como la carga más pesada es por algo. Y es porque, a diferencia de todos los presentados, el de Nietzsche se elige.

“Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.”
La insoportable levedad del ser

“Si esa idea se afianzase en ti, te haría experimentar, tal como eres ahora, una transformación y tal vez te aniquilaría; ¡la pregunta sobre cualquier cosa: "¿Quieres eso?; ¿lo vuelves a querer?; ¿una vez?, ¿siempre?, ¿hasta el infinito?" pesaría sobre tu obrar como la carga más pesada! O también, ¿cuánto deberías amarte a ti mismo y a la vida para no desear ya otra cosa que esta última, eterna sanción, este sello?”
La Gaya ciencia

Esta elección se apoya en la libertad de uno, en abrazar la responsabilidad que viene con ella. Una vez Dios ha muerto, desvanecido por completo el mundo de las ideas, sólo nos tenemos a nosotros mismos y, al parecer de Nietzsche, elegir la repetición de nuestros actos es la manera más patente de afirmar nuestra vida y abrazar el mundo en lo que es. Ahora bien, ¿cuándo se da esta elección? Podemos, en nuestro lecho de muerte, estar tan contentos con cómo nos ha ido, o simplemente estar cómodos sabiendo que podemos con ello, que queramos revivirlo una y mil veces. A esto me refería hablando con mi amigo. Este deseo no lo mueven lo que Nietzsche llamaría fuerzas activas, no es una aceptación de la realidad, es un cobijo. Esta elección es cobarde y sólo la mueven la nostalgia y el miedo. Elegir el eterno retorno a toro pasado es un modo algo indigno de seguir a Nietzsche, aunque lícito.

Pero ¿cómo elegirlo antes? Parece que esto es lo que nuestro querido Friedrich pretendía, que al tomar una decisión nos movieran fuerzas tan potentes que eligiéramos lo decidido como si fuera a repetirse eternamente, que la consciencia de que dependíamos sólo de nosotros nos impulsara a decidir todo en nuestra vida desde estas coordenadas. Sólo así la decisión sería activa, sólo así abrazaríamos la realidad en lo que es y lo haríamos a bocajarro.


Aunque bien pensado, cabe la opción de andarse siempre con medias tintas, no arriesgar en lo elegido porque desconocer las consecuencias nos lleva a temer su repetición eterna, no jugársela. Esto deja como resultado el eterno retorno de una vida mediocre, donde nada ha costado mucho pero tampoco se ha ganado gran cosa. El übermensch no debería conformarse con migajas, no quiero pensar que el manual para el nihilista del siglo XXI se quedara en esta calma chicha. ¡Qué aburrimiento de eterno retorno! ¡Qué deseo tan templado! ¡Qué vida más gris! Me niego a quedarme esta impresión de Nietszche...

Supongamos el eterno retorno como la elección de todo acto de nuestra vida al modo de una fuerza arrebatadora, actuar como si quisiéramos que cada momento que vivimos volviera a nosotros eternamente. ¡Eso sí que es una vida intensa! Ya no puedo tener a Friedrich como un cobarde, está claro, pero tampoco me parece que lo mueva el valor, parece más osadía, cierta adicción a la adrenalina quizá. ¿Dónde queda el análisis, el sopesar pros y contras, la razón práctica? ¿Dónde queda entonces la mesura? Por mucho que nos apetezcan los momentos en que sólo nos mueve la pasión, por mucho que deseemos una vida vehemente, estos no pueden ser los únicos acontecimientos de nuestra vida. Por mucho que nos pese hay otros tantos que requieren templanza y reflexión para querer que se repitan o para evitar que sean algunas de esas decisiones impetuosas las que vuelvan. No se puede decidir desde el absoluto desconocimiento del futuro que lo que decidamos y todo lo que esto desencadene vuelva a nosotros eternamente, sería tanto como responsabilizarnos de la totalidad de los acontecimientos del mundo.

Amigos, estaba equivocada. Nietzsche no era un cobarde, Nietzsche era un insensato.

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