Muchos en este jardín definirían “lo delicado” como algo débil y vulnerable. Algo ya de por sí roto sólo por la cualidad de poder romperse con más facilidad que otras tantas cosas. La delicadeza es una palabra quebradiza y difusa que, seamos sinceros, no está muy de moda en estos últimos años. Es un término perteneciente al pasado. A la Inglaterra de Jane Austen o a los boleros más románticos de los años 60. Y, en todo caso, si es aplicable a estos tiempos, será una palabra más apropiada para la elite o para una clase social alta. No para el ciudadano medio, que mal se puede permitir algo tan aparentemente poco útil y superfluo. La delicadeza no tiene ya grandes partidarios, más bien produce cierto rechazo y recelo.
La cobardía de Nietzsche
Hace unos días estuve hablando con un amigo mío tortuga y me dijo que en su próxima vida quiere ser mamífero, concretamente humano, porque cree que como tortuga se está perdiendo muchas cosas. ¡Al menos él es una tortuga auténtica! Pero bueno, entiendo que quiera conocer lo que como tal le resulta inaccesible. Esto de las reencarnaciones es un filón. A ver si me entienden, da gusto creerse estas cosas, las conversaciones sobre futuras nadas eternas dan muchísimo menos juego...
El derecho a la pereza
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