Todavía, siempre...

La bola de cristal de J. W. Waterhouse
En el lugar privilegiado que puede tener una pequeña flor como yo, se pueden hacer observaciones muy obvias pero muy ciertas. Hay distintos tipos de personas. Como en el jardín en el que vivo, hay muchas formas y colores en el mundo. Nosotras las flores, las hierbas y demás plantas no tenemos algo que a los humanos les parece crucial: el futuro. Nos contentamos dejar los rayos del sol nos acaricien suavemente y nos importa bien poco eso que a los humanos les hace tomar tan distintas actitudes. De ahí viene lo que decía al principio: los humanos toman muy diferentes posiciones al respecto de esa palabra tan grande y resonante.

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En rasgos generales, están los creyentes en el destino y los creyentes en que cada uno se labra su camino y es responsable de lo que el futuro les depare. Entre las personas creyentes en el destino nos encontramos con los eternos fatalistas y los eternos optimistas. Ambos bastante graciosos a su manera. Llevados a un extremo se hacen la pregunta: ¿de qué valdrá todo lo haga si total mi futuro ya está escrito? Si son optimistas y les sale mal algo, pensarán que por alguna razón el Destino (sí, con mayúscula) les ha deparado que algo les salga mal, ya que otra cosa está por venir. Si son negativos, pensarán que para qué intentar cambiar algo si, total, su sino es el de que les salga todo mal. Por supuesto hay gente que no llega a tales extremos pero que sí puede tender hacia un lado o hacia otro. O mejor aún, pueden ser unas montañas rusas emocionales que se muevan cuales péndulos entre una actitud u otra.

Después están los no menos graciosos humanos que creen que todo depende de ellos. Para esta clase de gente eso del destino es sólo una invención de ciertas personas que no están dispuestas a hacer lo que tienen que hacer para llegar a sus metas. Muchos miran al resto con cierto desdén y se ponen manos a la obra de lo que tengan en mente. Otros suelen tener una disciplina férrea o una organización exacta.

Si usted, estimado lector, se siente identificado con alguna de estas actitudes, le ruego no se sienta ofendido por lo que diré ahora. Todas estas actitudes son absurdas. O dicho de una forma en la que nadie se pueda ofender (lo último que no querría ser una rosa es delicada), todas tienen razón en parte.

Si esta conclusión le parece extraña, déjeme explicarme durante un momento. Una persona, está claro, tiene que trabajar por lo que quiere y de poco le sirve invocar al Destino o a Santa María del Socorro para lograr algo si no se pone manos a la obra. Esto es obvio. Sin embargo, el pensar que nuestra vida puede ser planificada con trazos bien definidos y rigurosos es una ilusión vana. Y no, no quiero decir que usted no pueda hacer las cosas que se propone, ni quiero quitarle ningún mérito que haya logrado, así como tampoco quiero que piense que lo que sea que quiera para el futuro no lo va a lograr.

Pero verá, la vida funciona con un poco más de magia que eso. Todos creemos que sabemos qué queremos y cómo. Si usted, querido lector, se acuerda a lo que quería cuando tenía unos años menos, apreciará que muchas cosas, vistas desde la distancia, realmente no eran algo bueno para usted o que algo que parecía malo resultó ser todo lo contrario. Es hora de que lo asuma: no tiene todas las respuestas sobre lo que puede hacerle feliz o sobre lo que necesita. A veces la vida le pondrá en su camino algo que no había imaginado. Algo nuevo que ni siquiera había pasado por su cabeza. Algo que puede tirar ciertas ideas por la borda. La mejor forma de afrontar esta situación es dar gracias por el hecho de que se le haya mostrado una oportunidad en la que usted ni siquiera había pensado.

Por eso las flores no nos preocupamos demasiado acerca de eso que los humanos llaman “futuro”. Nosotras hacemos lo que podemos para florecer radiantes día tras día. Nos ocupamos de que no vengan ciertos bichitos a comer de nuestras hojas. Tratamos de que el sol nos dé lo más posible y, en fin, nunca damos nada por sentado.

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