El café. Teatro de La Abadía.
♥♥♥♥♥
Representación del día 17/III/2013.
Nota previa: El lector macho que define
Cortázar es aquel que participa de forma activa con lo que lee. Co-crea con el
autor. El lector hembra, por el contrario, consume pasivamente la obra, en la
que encuentra el placer de la evasión. Sin pretender entrar en la polémica
sexista de su deslinde terminológico, he de aclarar que Cortázar hace
referencia a la recepción de las obras y no tanto a su emisión. Y no es de
despreciar que los textos que presentan más puntos de indeterminación –palabrota de U. Eco– favorecen la virilidad del receptor. Adaptemos estos términos al emisor y
receptor teatrales y ¡que comience la crítica!
Siéntese. Relájese. Pero no
demasiado. Tómese este delicioso café. Está cultivado en Italia y procesado en
Alemania. Le ayudará a no perder detalle del espectáculo. Lo necesitará. Eso
es. Sin prisa. Ahora disfrute de la función…
…si puede.
* * * * *
Se alza el telón. Madrid, 2013.
La ciudad está sumergida bajo la crisis económica. Los teatros tampoco escapan
de las fauces del temible leviatán bursátil. Es la era del 21 % de IVA. Algunos
artesanos teatrales deciden esconderse de la temible fiera y ofrecer
espectáculos afines a espectadores hembra. Otros audaces creadores desafían con sus manos a la terrible hidra del
dinero. Y no nos engañemos; cada uno de nosotros somos una cabeza de la hidra.
Por eso, El café se muestra tan desafiante para el público. ¿Y cómo
proclama ese desafío? Primeramente con la iluminación: empieza la función y la
luz de sala no se apaga. Se mantendrá encendida durante casi toda la representación.
La propuesta lumínica le obligará a usted a ser testigo activo dentro del
café de Ridolfo –José Luis Alcobendas– y de la casa de juegos de Pandolfo –José
Luis Alcobendas–.
La maravillosa interpretación de
todo el elenco, alejada de los cánones del naturalismo y coqueteando con la Commedia
dell’Arte, es tan críticamente deshumanizada que le invitará a usted a
distanciarse y a reflexionar. Lo más destacable de la interpretación le
parecerá el trabajo en elenco, que desde mi punto de vista es la marca
de la casa Abadía, y cuya desbordante energía le abofeteará sin compasión. Puede
resultar contradictorio que sea un excelente trabajo en elenco si tenemos en
cuenta que los personajes no se mirarán entre ellos durante la primera parte
del espectáculo, que es la más extensa. Sólo el personaje de Tráppolo –Jesús
Barranco– se alejará de esta convención. Durante la primera parte de la función
usted se sentirá desorientado y agredido. Después este Tráppolo será su
salvaguarda, aquél con el que usted se identificará y que le ayudará a aliviar
la tensión que habrá ido acumulando. Con el resto de personajes, que son la
contigüidad de las máquinas tragaperras situadas al fondo del escenario, y que
están obsesionados con el sexo y el dinero -repiten a modo de leivmotiv la
transacción de cequíes a dólares, centavos, libras, peniques, euros, céntimos-,
no se identificará tanto porque están construidos para que usted se sitúe por
encima de ellos, pero guardan con usted más cosas en común de las que podrá
imaginar.
Le ofrezco gratuitamente una
clave del espectáculo: el tres. Tres coautores –Goldoni-Fassbinder-Jemmet–.
Tres contextos de representación que están sugeridos en la obra –Italia del s.
XVIII, Alemania del s. XX y Madrid del s.XXI–. Tres planos teatrales –la fábula
propiamente dicha, otro metateatral y uno último que es el de la realidad–,
unidos de forma muy sutil e inteligente. Para conocer los dos primeros planos,
usted deberá ir a ver la obra. El último se lo cuento yo, pues deberá tenerlo
presente durante la función: antes de comenzar los ensayos, La Abadía anunció
al equipo que se abandonaba el proyecto por caerse una subvención acordada
previamente. El elenco de actores, tras buscar soluciones para sacar el
proyecto adelante, decidió apostar su sueldo a los resultados de
taquilla. Llamaron a Dan Jemmet –el cual ya estaba avisado del abandono del
proyecto– para anunciarle la buena nueva. Aceptó las nuevas condiciones, rebajó
su sueldo, et voilà.
El teatro, el cine y otras tantas
artes, al igual que las máquinas tragaperras omnipresentes en el espectáculo,
necesitan presupuesto para funcionar. O quizás no. Sin dinero, se corre el
riesgo de paralizar producciones, cerrar salas y teatros -que le voy a contar
que usted no sepa- se paralizan los actores, como los actores-personajes de El
café en incontables ocasiones, y lo peor de todo, se paralizan personajes
ávidos de ser representados, de darse a conocer al mundo, de nacer en
definitiva, mientras esperan que algún osado caballero plante cara a la
sanguinaria hidra y la derrote de una vez por todas.
Podrá ver El café hasta el
31 de marzo en el teatro de La Abadía y el 12 y 13 de abril en el Corral de
Comedias de Alcalá. Aunque igual usted no llegará a ver toda la función. El día
en que yo la vi, seis espectadores
–hembras– salieron del teatro. Es una obra complicada, en efecto, pero necesaria, y si usted
es un auténtico macho no sólo se quedará hasta el final, sino que disfrutará
de este café que, como el bálsamo de Fierabrás, es de sabor amargo pero reanima
cuerpo y alma. Y ahora con su venia, he de abandonarle. Llego tarde a una cita.
Telón.
Intérpretes: José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Miguel Cubero, Lino Ferreira, Daniel Moreno, Lidia Otón, María Pastor, y Lucía Quintana. Dirección: Dan Jemmett. Traducción: Miguel Sáenz. Espacio escénico e iluminación: Dan Jemmett. Diseño de vestuario y ayudante de escenografía: Vanessa Actif. Ayudante de dirección: Andrea Delicado. Asistente de dirección e intérprete: Sara Filipa Reis. Asistente de dirección: Tomasz Domagała.
Intérpretes: José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Miguel Cubero, Lino Ferreira, Daniel Moreno, Lidia Otón, María Pastor, y Lucía Quintana. Dirección: Dan Jemmett. Traducción: Miguel Sáenz. Espacio escénico e iluminación: Dan Jemmett. Diseño de vestuario y ayudante de escenografía: Vanessa Actif. Ayudante de dirección: Andrea Delicado. Asistente de dirección e intérprete: Sara Filipa Reis. Asistente de dirección: Tomasz Domagała.
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