

Eterno trayecto

Elogio de lo cotidiano
Por lo visto Oscar Wilde, después de su estancia en prisión, fue incapaz de volver a escribir una línea. Curioso retrato éste de un escritor que se queda sin palabras, casi tanto como aquel que envejecía en lugar de su modelo.
Pareciera que del mismo modo que Dorian Gray fue incapaz de asumir la horrible imagen de su retrato en lo que tenía de verdad, Wilde vio de repente la crudeza de lo real atravesando el mundo de belleza que él se había esforzado en crear. Así, su obsesión por producir algo bello tornó en mutismo ante la atroz realidad que le tocó presenciar.
Pies Grandes
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¿Víctima o monstruo? |
“Dos niños hallaron en el bosque [de Lakeville] de Massachusetts, Estados Unidos, un pie gigante en descomposición, con lo que la policía comenzó a preguntarse si se trata de evidencia de que existe Bigfoot.”
A regañadientes concederé a los más escépticos que tal página no es precisamente eso que se llama prensa seria (para darles de comer aparte también, pero bueno).
Segregado por
Humpty Dumpty
un
jueves, abril 25, 2013
¿Llamas a esto arqueología?
De cara a las cuestiones históricas, la arqueología ha servido como laxante para purgar las fuentes escritas. Gracias al hallazgo de unos y otros restos, ha podido confirmarse o desmentirse el relato que se tenía sobre determinadas gentes, épocas o lugares, y ha permitido rastrear desde el detalle sus usos, costumbres y procesos de cambio. La arqueología ha dado voz a la prehistoria y, en definitiva, credibilidad a la historia. Pero esta noble ciencia, que los antiguos entendían como toda indagación sobre cosas pasadas, tuvo primero que soportar siglos de esclavitud al mercado del coleccionismo y el estudio del arte. Era la vieja y servil arqueología clásica: la del expolio y los ideales de belleza, favorita en las charlas de salón, felatriz de la “alta cultura”.
Flaco favor
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Esto no tiene nada que ver con el tabaco |
El problema con este tipo de noticias es que se prestan demasiado a la opinión fácil: desde el desprecio hacia la muchacha que no come mientras medio mundo muere de hambre hasta lo asquerosos que son el mundo de la moda y –sobre todo– sus empresarios.
Segregado por
Humpty Dumpty
un
martes, abril 23, 2013
Una reseña del Kindle
El otro día dejé mi Kindle en un tren. Había pensado en ello unos minutos antes de salir. Lo coloqué en el bolsillo que había en el asiento delantero y me dije: “Sería muy estúpido dejarlo aquí. Perdería todos los libros que me gustan y dudo de que volviera a encontrar algunos en Internet”. No sé cuanto tiempo pasó, quizá tres, cinco o diez minutos. Me llamó un amigo al móvil, el tipo que tenía al lado tenía prisa por salir y un niño no paraba de llorar en aquel vagón. Excusas aparte: me olvidé por completo, no sé en qué estaba pensando. Salí del tren, leí un par de correos, cogí un taxi y no volví a caer en ello hasta que llegué a casa. El cerebro humano es maravilloso. Entonces sí me acordé, cuando no quedaban opciones, cuando el daño estaba hecho. Puse mi expresión más filosófica y dije: “Eres el tío más idiota sobre la faz de la Tierra”.
El paraíso recuperado
En el gran tablero de los tópicos literarios, se diría que el relato de la Creación señala la casilla de salida. Rastrear toda su influencia en obras posteriores (piensen que partimos de las aguas abisales de la Historia) sería una tarea de titanes que sólo algún académico asocial y febril estaría dispuesto a emprender. Así que remitámonos primeramente a la tarea de ese otro titán que fue Prometeo, que por otorgar el fuego y las artes a los hombres acabó encadenado a merced de la gula de un buitre. Prometeo fue la primera figura en usurpar el papel de la divinidad con todas sus consecuencias, tal y como le ocurriría más tarde a su encarnación moderna: Victor Frankenstein. Su criatura –bastante menos monstruosa que él– rescataría el viejo tópico de la Creación y lo sometería a nuevas interpretaciones donde lo creado toma el relevo del creador.
Políglota estupidez
Paseaba yo el otro día
al pie de un rascacielos con Trompeta, mi elefante, cuando
de pronto un ejecutivo cayó justo entre mis brazos y tuve que
soltarlo. Olvidado de mi paquidermo, le pregunté al individuo cómo
había ido a parar allí. Seguramente hice mal, porque, gimebundo, me
respondió en un nihilista danés que ya no creía en nada. Como pude, le fui disuadiendo de
sus ideas, quizá demasiado, pues en un momento dado se enfebreció y
me espetó toda una diatriba en nietzscheano alemán. Pero aquí
también me enconé yo y le di a entender que no me creía nada de lo
que me decía, que se había intentado suicidar porque le habían
dejado o algo por el estilo, que ni Kierkegaard ni la filosofía del
martillo tenían la nada que ver.
Jaque mate

Nombre de jazz, puños como bombas

No todas las rosas son rosas

Día mundial del teatro... ¡Ja!

Cuando absolutamente todos
ustedes, queridos lectores míos, andaban celebrando el día mundial del teatro,
yo me quedaba en casa pensando en la cantidad de cosas que podría estar
haciendo y no hago. Tú ya me entiendes. En contadísimas ocasiones se ha quedado
el Conejo Blanco en su madriguera, ustedes lo saben. ¿Por qué, se preguntarán,
se queda en casa en fecha tan señalada y no anda reclutando más jovencitas en
busca de aventuras? Pedofilias aparte, no
prolongaré durante más tiempo su curiosidad la de ustedes; me quedo en la
madriguera como forma de manifestación ante la desfachatez de dividir en
compartimentos estancos cada una de las facetas de nuestra vida.
Basado en hechos reales
Todos sabemos cómo se hace la Historia. No me refiero a aquello de que la escriben los vencedores, ni a la moralina de la superación personal. Hablo del consenso: esos tipejos, acreditados por estudiarse unos a otros, que se sientan para decidir qué ha ocurrido y qué no ha ocurrido en nuestro mundo. La Historia, como casi toda disciplina humanística, se queda en un borrón de conjeturas más o menos apoyadas en pruebas físicas –arqueología– y testimonios anteriores –historiografía–, además de algún que otro aderezo literario con el que pasa a la tradición.
¿Quién no ha oído aquello de que César dijo al morir: "también tú, hijo mío"? ¿Se imaginan? ¿Veintisiete puñaladas, y aún con aliento y lucidez para espolear en griego la culpabilidad de Bruto? Una mera floritura en su biografía escrita por Suetonio que a Shakespeare le hizo gracia, y así se sigue contando.
Las mentiras de los hombres

A lo largo de los últimos años, he podido hablar de este tema con muchas de ellas y no me ha hecho falta ser muy avispado para percibir todo el desencanto y las frustraciones que acumulan. “Es por el esperma”, me han dicho en ocasiones. “La testosterona se apodera de sus principios”. Otras han sido más tajantes: “Porque son todos unos cobardes”.
¿A quién amó Hilda Lorimer?
No todas las vidas son la de John Pendlebury, eso tengámoslo claro. Ni la mía, ni las de ustedes, ni la del mismísimo Humpty Dumpty. Pero ésta por la que pretendo llevarles de paseo, si es que se prestan, la encuentro fascinante por otro motivo: no parece haber ni pizca de amor en ella. Se trata de Elizabeth Hilda Lockhart Lorimer. Como todas sus elegías empiezan igual, no seré yo quien se salte la norma y les advertiré que no le gustaba nada que la llamaran Elizabeth. Puesto que ignoramos la razón, nos vemos forzados a respetarlo. Así que la llamaremos Hilda y sólo Hilda. Durante toda su larga vida no hubo otro nombre ni otro apellido; sólo Hilda.
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